Juegos
El concepto de paisaje es problemático, hay tensiones alrededor de él que han hecho imposible lograr una definición que permita, para no ir más lejos, que una porción de la geografía interesada en su cuantificación haya tenido que aceptar la imposibilidad de eliminar la subjetividad y afectividad inherente a él. Sin embargo, esta indeterminación no ha obstaculizado las investigaciones a su alrededor, con todo, se puede coincidir con Denis Cosgrove cuando escribe que “… el paisaje denota el mundo exterior mediado por la experiencia humana subjetiva de una manera que ni región ni área logran surgir de inmediato. El paisaje no es meramente el mundo que vemos, es una construcción, una composición del mundo. El paisaje es una manera de ver el mundo” [1]. Además, continuando con su línea argumental, se puede aceptar que “el paisaje representa una forma histórica específica de experimentar el mundo creado por ciertos grupos sociales para los cuales es significativo”[2].
Efectivamente la geografía en su intento de comprender el espacio que habitamos, en función de distintos intereses, ha elaborado representaciones bidimensionales de un territorio, mapas que han servido para diferentes causas, algunas de ellas para cambiar el mismo espacio geográfico. Uno de los casos más representativos serían las transformaciones que el barón Haussmann realizó a la ciudad de Paris; o, en México, el proyecto de ejes viales realizado por el profesor Carlos Hank González en la Ciudad de México a finales de los años 70. La potestad del espacio público de la ciudad por el estado, y las negociaciones sobre su uso y ocupación con otros poderes tanto económicos como sociales, informan el paisaje urbano y establecen restricciones para su habitación de las que es imposible sustraerse. Los cambios impuestos terminan modificando la relación de quienes habitan ese territorio, estas modificaciones no son sólo de carácter espacial; es decir, además de los cambios entre formas de relacionarse habitantes-ciudad, también se generan alteraciones entre los habitantes en las formas de vincularse los unos con los otros. En este sentido, historicamente hay evidencia literaria que se manifiesta con entusiasmo alrededor de estos cambios, El Hombre de la multitud de Edgar Allan Poe es uno de ellos; pero también Baudelaire cuando en El Pintor de la vida moderna cita a Constantin Guys: “todo hombre que no está abrumado por una de esas penas de naturaleza demasiado positiva para no absorber todas las facultades, y que se aburre en el seno de la multitud, ¡es un necio!, ¡un necio!, ¡y yo lo desprecio!”[3].
CIUDAD
“¿Qué son los peligros del bosque y la pradera comparados con los choques y conflictos diarios
que se dan en el mundo civilizado?“ [4]
Charles Baudelaire citado por W. Benjamin
Ciertamente el crecimiento de las ciudades obliga a realizar cambios que idealmente tendrían que contribuir a mejorar las circunstancias de éstas. Sin embargo, las intervenciones en la geografía urbana, en el paisaje social se complican en la medida de la magnitud que adquieren; es decir, en la dimensión que las transformaciones en el espacio público son mayores el número de agentes involucrados crece, por tanto los interesés, y el impacto en sus habitantes también. Históricamente los últimos años del siglo XVIII y el XIX en Europa fueron paradigmáticos en ese sentido, la traza de las calles y aceras, así como la creación de espacios comerciales pensados en estas capitales fomentó un cambio en las actitudes de los peatones; por otro lado, el aumento del tiempo de trayectos en el transporte público motorizado, a decir de Georg Simmel, contribuyó a la traslación de la importancia del oído a la mirada. Este último asunto no es trivial en el sentido de que justo en este período coinciden la invención de la fotografía, el panorama y el panóptico de Jeremy Bentham.
Lo urbano fue causa de entusiasmo y desasosiego, sin duda fue un momento importante para la literatura de terror y detectivesca. Justo Walter Benjamin cita a un agente secreto de Paris en el año 1798 que sostiene que “Es casi imposible mantener un buen modo de vida en una población masificada, donde cada uno, por así decir, es desconocido para todos, sin que necesite en consecuencia sonrojarse ante nadie”5. Esta tensión generada contribuyó a que la idea de orden dominante, control sobre la población más bien, se considerará al momento de diseñar los cambios en el paisaje urbano, es el caso de la distribución de tipos de vivienda por zonas − o de quién vivirá dónde − y la clase de actividad permitida en los diferentes espacios públicos diseñados para la convivencia. Un ejemplo más de esto es el diseño arquitéctonico carcelario del panóptico, que privilegiaba un punto de vista, en realidad una torre, desde el cual el guardian de la cárcel podría vigilar a todos los prisioneros; en ese sentido, nos remite a la misma idea de paisaje insistiendo en una perspectiva única sobre un espacio geográfico acotado, no podemos dejar de recordar que esta visión se trasladaba a los libros de viajes: ver el mundo a través de la mirada de sólo una persona.
FOTOGRAFÍA
”Esconder significa dejar huellas.
Pero unas que sean visibles” [6]
W. Benjamin citado por Juan Barja
Juegos reúne un conjunto de obra que continúa la investigación, aún en ciernes, de Paola Dávila sobre el paisaje y posibles vinculaciones con su geografía política; refleja además, cómo su investigación artística se interesa en otros medios además del fotográfico –medio en el que ha producido la mayoría de su trabajo hasta ahora.
Sin la intención de ser reduccionista, podemos estar de acuerdo en que la fotografía, entre muchas cosas más, tiene un carácter documental intrínseco en la medida de que captura una “realidad”, un hecho del mundo. Sin embargo, al comparar lo fotografiado con la imagen fotográfica se puede ver que existen diferencias: la fotografía es la imagen mediada de lo fotografiado, y en este sentido se acerca a la idea de paisaje, y aunque también privilegia un punto de vista, a diferencia de él, carece de toda la carga política e imperialista que éste tiene.
El narrador de El hombre de la multitud tiene un lugar privilegiado para la observación, está en un café y tiene el tiempo para la contemplación a pesar de la tensión del relato causada por la enfermedad, la noche, la “sórdida pobreza”. El traslado ha permitido la reflexión, desde la caminata (Wiliam Hazlitt) hasta los viajes en transporte público. Las condiciones de ambas se han modificado radicalmente con el paso del tiempo y el entusiasmo también.
La Ciudad de México impone, entre otras cosas, trayectos muy largos de traslados en condiciones a veces llenas de brutalidad, así como una inadecuada calidad de vivienda para sus habitantes y uno que otro, como el anciano personaje de Poe, “espécimen y genio del crimen insondable”. Precisamente, desde esta posición incómoda, Paola Dávila resiste la hostilidad de la megalópolis y señala los parques de juegos construidos en espacios inapropiados por su emplazamiento, su inaccesibilidad y su falta de uso dejando ver lo fallido de las políticas estatales. La autoridad del espacio público, “coordina y ejecuta proyectos e iniciativas para crear entornos urbanos más atractivos, vibrantes, diversos e incluyentes …” (sic).
Esta exposición se origina con el registro fotográfico de esos paisajes donde los juegos son su principal protagonista. Se trata de aquellos abandonados, en ruinas, intransitables y no de los que a pesar de ubicarse en los bajopuentes de una avenida principal, en medio del ruido y la contaminación, se han vuelto la única opción a una población con muy pocas alternativas más allá de resistir las imposiciones de la urbe.
Paola Dávila, lejos de la deriva urbana situacionista y la contemplación, recorre la ciudad profundizando su investigación creando cuadernos de bitácoras, guía de semanas de recorridos en la Ciudad de México y su zona conurbada, problematiza el fenómeno y lo formaliza en tres diferentes medios sin perder la impronta de la fotografía. El tapete, realizado en colaboración con el maestro Román Gutiérrez Ruíz, resulta el itinerario de una semana de estos recorridos y nos retorna a la complejidad de los trayectos impuestos por la urbe y la relación histórica panorama, geografía, mapa y libro de viaje, una manera que la artista ocupa para comprender la espacialidad del fenómeno que investiga. La serie de serigrafías contribuyen profundizando en los detalles de algunos puntos extremadamente complejos de estos recorridos, se trata de constelaciones tomadas de estas bitácoras, regresando a la narración de Poe, se pueden seguir los pasos de Paola, ir y venir, intentando encontrar una salida. La serie de siligrafías es, de todo el conjunto, la que con mayor transparencia guarda un vínculo primigenio con la fotografía; por lo pronto se trata de esos juegos sustraídos de un paisaje que originalmente incluía más elementos, lo que vemos es la “realidad” tamizada por el ojo de la artista, son las huellas visibles de un problema.
Marco Morales Villalobos
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Notas
[1] Cosgrove, Denis E., “La idea de paisaje” en Arely Ramírez Moyao (Coordinación editorial), Ciclorama, México, Museo Tamayo/Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, 2013, p. 61
[2] Ibíd., p. 63
[3] Baudelaire, Charles, “El pintor de la vida moderna” en Salones y otros escritos sobre arte, Visor, Madrid, 1999, p. 359
[4] Benjamin, Walter, Baudelaire, Abada editores, Madrid 2014, p. 73
[5] Benjamin, Walter, Ibíd., p. 74
[6] Benjamin, Walter, ibíd., p. 621